Si hoy en día alguien ve ondear la Cruz de Borgoña sobre fondo blanco en una bandera los más informados pensaran que se encuentran ante el Blasón de los carlistas, de los Requetés. Y si bien esto es cierto, resulta que esa verdad no alcanza a explicar la verdadera dimensión de la Enseña ante la que se hallan. Para explicar su verdadero significado empezaremos por recordar que la Bandera roja y gualda que hoy todos reconocemos como Enseña nacional, no lo fue hasta el Real Decreto de 13 de octubre de 1843. Es decir, que apenas tiene poco más de 150 años de vigencia y sin embargo, todos, buen casi todos, han olvidado que antes nuestra nación se identificaba con otra Bandera, la Cruz de Borgoña, que fue seña de nuestra identidad durante más de 300 años.
Por el contrario su vinculación con el Carlismo, es relativamente reciente. Tuvo su origen en la organización emprendida por don Manuel Fal Conde, designado el 3 de mayo de 1934 por el Rey don Alfonso Carlos, Secretario general de la Comunión Tradicionalista. Entonces fue designado Delegado nacional de Requetés don José Luis Zamanillo y González-Camino. De ellos nació la idea de que el Requeté (organización militar clandestina carlista, conocida así, porque así se denominaban sus unidades básicas tipo Compañía, aunque con el tiempo ese nombre se haría también extensivo a sus componentes), tuviese un distintivo propio. Se convocó un concurso, en el que resultó elegido el escudo diseñado por el navarro Roberto Escribano Ortega, consistente en la Cruz de Borgoña en color rojo sobre campo de plata, con el que rescataba la antigua Bandera de España, quedando aprobado como insignia oficial del Requeté el día 24 de abril de 1935. No obstante, en algunas ocasiones anteriores fue utilizada en algunos periódicos carlistas y ocasionalmente enarbolada en actos.
Veamos su origen. La Tradición nos cuenta que el apóstol San Andrés murió en el año 95 después de J.C. en la ciudad griega de Patras, utilizándose para su martirio una cruz en forma de aspa, motivo por el que este tipo de cruz, se convertiría en el símbolo que identificará, ya para siempre, a éste apóstol. San Andrés fue el Patrón de la Casa ducal de Borgoña, tradición que según apunta Elías de Tejada[1] , tenía su origen en el Condado de Borgoña o Franco-Condado. Tradición que llevó al duque Felipe el Bueno, cuando en el año 1429 fundó la Real Orden del Toisón de Oro, a ponerla bajo el patronazgo del Santo Apóstol, siendo desde entonces utilizado este símbolo, la Cruz de San Andrés, por los Duques de Borgoña, en sus Estandartes, vestimenta y en los uniformes de su Guardia personal, como Grandes Maestres de la Orden que eran, hasta el punto que, la Cruz de San Andrés pasó a conocerse indistintamente como Cruz de San Andrés o Cruz de Borgoña.
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Martirio de San Andrés |
La Cruz de San Andrés o Cruz de Borgoña se representó en un principio, formada por dos troncos con las ramas cortadas o por dos ramas provistas de nudos, pasando con el tiempo a estilizarse, hasta representarse en unos casos solamente como un aspa de formas rectilíneas o en otros con estas líneas adornadas con formas geométricas simulando los antiguos nudos o tocones de las ramas cortadas.
La cruz de borgoña llega a España con la Casa de Austria, los Habsburgo. Consecuencia de la convergencia en el tiempo de dos sucesos, mejor dicho, de dos series de sucesos, de los que se iban a derivar consecuencias decisivas, no solo para la historia de España, sino para la historia de Europa. Por un lado la política de alianzas matrimoniales seguida por Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, política que tenía como fin primordial, fortalecer la situación de sus Reinos frente a Francia, lo que les llevó a casar a sus cinco hijos con los herederos de las coronas de las principales potencias que rodeaban a la nación vecina y rival:
A Isabel con don Alfonso, hijo y heredero del Rey Juan II de Portugal. Cuando el príncipe Alfonso murió, lo que sucedió al poco tiempo de su boda, exactamente el día 13 de julio de 1491, como consecuencia de una caída de caballo, Isabel regresó a Castilla afirmando que: «después de aquel marido que perdiera, ya no quería otro»[2] , pero los intereses políticos no tardarían en imponerse a la decisión de la Infanta y en 1495 se acordaban sus nupcias con don Manuel, Duque de Beja, primo de su primer marido, con quien contraería matrimonio cuando éste ya había sucedido al Rey Juan II con el nombre de Manuel I y a quien la historia apodó el Afortunado.
A Juan Príncipe de Asturias y de Gerona, con doña Margarita de Austria, hija de Maximiliano, Archiduque de Austria y heredero del Emperador Federico III de Alemania y de María, Duquesa de Borgoña y Condesa de Flandes.
A Juana con Felipe, llamado el Hermoso, aunque este apodo sea solamente una mala traducción de le Bel, hermano de Margarita de Austria y duque de Borgoña desde 1493.
A María con el Rey de Portugal don Manuel I, viudo de su hermana Isabel.
Y por fin a Catalina Arturo, Príncipe de Gales y por tanto heredero de la Corona de Inglaterra. Pero Arturo al igual que Alfonso heredero de Portugal falleció al poco tiempo de la boda, y Catalina como antes lo había sido su hermana Isabel, convertida en base de las relaciones entre ambos Reinos, fue comprometida en el año 1503, con el hermano de Arturo, Enrique, con el que sin embargo no se desposó hasta el año 1509 cuando ya había subido al trono de Inglaterra con el nombre de Enrique VIII.
Por otro lado, y junto a estos matrimonios, una serie consecutiva de fallecimientos ocurridos en la familia real, posibilitaría el acceso de los Habsburgo a las Coronas de Castilla y Aragón. Estos fallecimientos comenzaron con la muerte de Juan, único hijo varón de Isabel y Fernando, heredero de las Coronas de Castilla y Aragón, que falleció el día 4 de octubre de 1497, muerte a la que siguió la de su hija póstuma, nacida muerta en Alcalá de Henares (Madrid), apenas dos meses después de la muerte de su padre.
Estas primeras muertes significaban que, en ausencia de otros varones, los derechos sobre las Coronas de Castilla y Aragón pasaban a la hija mayor de los Reyes Católicos, es decir, a Isabel, y que al estar casada esta con el Rey don Manuel I de Portugal, se posibilitase la futura unión de todos los Reinos peninsulares, unión que no llegaría a producirse en ese momento histórico, puesto que a los fallecimientos del Príncipe Juan y de su hija, les siguió el día 23 de agosto de 1498, por sobreparto, el de la nueva heredera, cuando ya había sido jurada como tal, por las Cortes de Castilla reunidas en Toledo y esperaba el juramento de las de Aragón, congregadas en Zaragoza. A esta muerte de Isabel, siguió la del hijo que fuera causa de su fin y que había recibido el nombre de Miguel de Paz, quien se había convertido en el heredero de las Coronas de Portugal, de Castilla y de Aragón. Pero el pequeño Miguel, continuando esta trágica cadena de muertes no llegó a los 23 de meses de vida y también murió el día 20 de julio del año 1500.
Pasaban así, tras haberse producido cuatro muertes prematuras, los derechos sobre los Reinos de Castilla y de Aragón a la tercera hija de los Reyes Católicos, Juana, y a su marido Felipe el Hermoso y a sus descendientes, es decir, a los Habsburgo. Pero este cambio dinástico que se anunciaba, y debido a la mala impresión que Felipe, gracias a su actitud, produjo a sus suegros en la primera visita, que en el año 1502, realizaron los Archiduques de Austria y duques de Borgoña a la península, pondría en serio peligro la consumación de la Unidad española.
La inestabilidad mental de Juana, que la proporcionó el apodo de la Loca, hizo que a la muerte de la Reina Isabel ocurrida en Medina del Campo (Valladolid) el día 26 de noviembre de 1504, se produjese el enfrentamiento, prácticamente anunciado, entre Fernando el Católico y su yerno Felipe el Hermoso por la Regencia de Castilla, el primero se apoyaba en el testamento de su esposa, quien desconfiando de su yerno y conocedora del triste estado mental de su hija Juana, a la par que nombraba a esta «heredera y sucesora legítima» de todos sus Reinos, tierras y señoríos, dejaba la «administración y gobernación» de los mismos a su marido, en los casos en que Juana «no esté en estos mis Reinos, o después que a ellos viniere, en algún tiempo haya de ir a estar fuera de ellos, o estando en ellos no quiera, o no pueda entender en la gobernación de ellos»[3] , mientras que el segundo lo hacía apoyado en el hecho, de que si Juana estaba incapacitada para gobernar, la lógica y el derecho, dictaba que dicho gobierno recayese en su legítimo marido, además, convencido e informado por el embajador de Castilla en Flandes, don Juan Manuel, Señor de Belmonte de Campos, de que su postura sería apoyada por la mayoría de la nobleza castellana.
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Bandera de los Tercios de Flandes |
El apoyo que efectivamente los nobles castellanos, casi al completo, prestaron de inmediato a don Felipe, dejó en una precaria situación a Fernando en Castilla y así como dice Ferrán Soldevila: «A pesar de que en la concordia de Salamanca (24 noviembre 1505) se llegó a un acuerdo sobre un gobierno tripartito de Juana, Felipe y Fernando; a pesar de la entrevista que suegro y yerno tuvieron en el Remesal (20 junio 1506), el conflicto no tuvo más que una solución: en Villafáfila, pocos días después (el 27), Fernando y Felipe llegaron a un acuerdo sobre la base de la partida del Rey Católico»[4].
Pasaba así el día 27 de junio de 1506, de hecho, la Corona de Castilla a la Casa de Austria, a Felipe de Habsburgo, ya Felipe I de Castilla, jurado como tal al mes siguiente, exactamente el día 12, pero en Aragón seguía reinando don Fernando, y aunque Juana continuaba siendo la legítima heredera de la Corona de Aragón, solo accedería al trono, sí Fernando, su padre, no tenía otro hijo varón, posibilidad que se había hecho factible con la boda de Fernando con Germana de Foix, sobrina del Rey de Francia, Luis XII, boda pactada en el tratado de Blois el 19 de octubre de 1505 y consumada en Dueñas el 18 de marzo del año siguiente y que había supuesto un viraje total en la política de alianzas del Rey aragonés, motivado por la clara animadversión que sentía hacia su yerno.
La posibilidad de que Aragón tuviese un nuevo heredero y se rompiese la Unidad fraguada por Isabel y Fernando, se concretó cuando la joven Reina (Germana tenía 18 años cuando se casó), quedó embarazada. Pero otra vez, la muerte, cuando ya el propio Felipe de Habsburgo, también había fallecido en Burgos el 30 de septiembre de 1506, a la edad de 28 años, ahora, del hijo de Fernando el Católico y de Germana de Foix, Juan, a las pocas horas de nacer en el año 1509, hacía que la sucesión de la Corona de Aragón volviese a los descendientes de Felipe el Hermoso y de Juana la Loca y así a la muerte del Rey de Aragón, ocurrida el día 23 de enero de 1516 en Madrigalejo (Cáceres), ambas Coronas pasaron a la casa de Austria, en las manos de Carlos de Habsburgo, hijo de Juana y Felipe, nacido en Gante (Flandes) el día 24 de febrero del año 1500.
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Moneda acuñada en Dola (Franco Condado Hispánico). Durante el Reinado de Felipe IV, Conde de Borgoña. |
La primera vez que la Cruz de Borgoña llegó a territorio español, fue con ocasión del primer viaje que Felipe el Hermoso, Duque de Borgoña y Gran Maestre de la Orden del Toisón de Oro, realizó a la península en compañía de su esposa doña Juana, cuando tras fallecer los dos hijos mayores de los Reyes Católicos, don Juan y doña Isabel, viajaron a España, para ser reconocidos por las Cortes castellanas y aragonesas como sus legítimos herederos. Este viaje se realizó por tierra, a través de territorio francés, respondiendo a una invitación expresa del Rey Luis XII de Francia. Los Duques salieron de Bruselas el día 4 de noviembre de 1501 para llegar el 7 de diciembre a Blois, donde en su castillo residía la Corte francesa y en donde fueron huéspedes de Luis XII y su esposa Ana de Bretaña. Siguieron posteriormente su viaje, para entrar en España el día 3 del mes de enero del año 1502 por Fuenterrabía (Guipúzcoa), en donde fueron recibidos en nombre de los Reyes Católicos, por una comisión de nobles encabezada por don Gutierre de Cárdenas y don Francisco de Zúñiga. Entraron solemnemente en Toledo el día 7 de mayo de 1502. Tras ser jurados el día 22 de ese mismo mes como herederos a la Corona de Castilla, siguieron viaje hacia Zaragoza, para serlo el día 27 de octubre como herederos de la de Aragón. En diciembre de 1502 por Barcelona, saldría nuevamente Felipe de España y en marzo de 1504 le seguiría doña Juana desde Laredo (Santander).
Don Felipe III de Borgoña y I de Castilla, tuvo un reinado «breve y desafortunado» que terminó en Burgos en el mes de septiembre de 1506, tras haber enfermado repentinamente con fiebre y vómitos, según algunos por haber bebido en exceso, cuando se encontraba sudando, después de haber jugado a la pelota. Don Fernando de Aragón volvió a ser Regente de Castilla, y a su lado se quedó el «cuerpo de Caballería llamado Arqueros de Borgoña que fue admitido al servicio de la Corona y dio guardia inmediata a las personas Reales»[5].
Con Felipe el Hermoso llegó la Cruz de Borgoña a España, pero no sería hasta el reinado de su hijo, Carlos I, «borgoñón, rodeado de borgoñones, en la fase inicial de su reinado» a decir de José María Jover[6], cuando su uso se generalizaría en nuestra Nación. Es cierto que durante su reinado se conservó la costumbre de que cada Cuerpo de ejército levantado con la anuencia del Rey, cada Compañía o Tercio (creados éstos en 1534), usase su propia Bandera, sin que hubiese reglamentación alguna sobre su tamaño, colores o motivos, puesto que estos solían ser los de las armas del Capitán que organizaba la fuerza, también es cierto que cada vez se hizo más frecuente que en ellas apareciera la Cruz de Borgoña, cuyo uso se generalizó en los Estandartes de Caballería.
Con Felipe II, el Ejército continuó organizado en Tercios y Compañías, conservando éstas en sus Banderas las armas de sus Capitanes, al igual que se usaba el término “Bandera” como sinónimo de “Compañía”. En cabeza del Tercio, igual que en el reinado de su padre, iba un Alférez, portador de la Enseña del mismo. En 1560, la reorganización del Ejército modificó el criterio de elección de Capitanes y el de la exclusiva dependencia de ellos de la fuerza que mandaban, lo que hizo desaparecer de sus enseñas las armas de sus Capitanes, aunque siguieron conservando cada una identidad propia, para ser sustituidas por las del Rey, es decir, la Cruz de Borgoña, normalmente en rojo sobre fondo amarillo o blanco.
El hecho esencial, y por el que no importaba demasiado la reglamentación de las Enseñas, era la identificación inseparable de los conceptos de Rey y Reino, que no tenían sentido el uno sin el otro, por lo que las armas del Rey eran al propio tiempo las de su Reino, y por tanto las que se utilizaban ya sea en el Ejército o en cualquier otra institución del mismo, no tenían otro objeto que individualizarlas frente a las otras, lo que no implica que con el paso del tiempo fuesen adquiriendo mayor homogeneidad.
Que la identidad de Rey y Reino era indisoluble, lo demuestra, el hecho de que a la desaparición de la Casa de Austria, Felipe V, no sólo asumió la Cruz de Borgoña como su emblema personal, como Rey de España que era, sino que asumió la más alta representación de la Orden del Toisón de Oro, que a su vez identificaba a la más alta representación de la Monarquía en España. Felipe V, además reglamentó su presencia en las Banderas del Ejército. Así podemos leer en el Real Decreto de 28 de febrero de 1707: «Y es mi voluntad que cada Cuerpo traiga la Bandera coronela blanca con la Cruz de Borgoña, según estilo de mis tropas, a la que he mandado añadir dos castillos y dos leones en los cuatro blancos y dos coronas que cierran las juntas de las aspas». Igualmente las Banderas de las Compañías lucirían la Cruz de Borgoña, aunque lo harían sobre un tafetán del color peculiar de las armas del pueblo, ciudad o provincia de cuyo nombre se hubiese tomado el del Regimiento, unidad heredera de los antiguos Tercios.
Será la llegada del liberalismo a España la que originará el cambio de nuestra Enseña nacional. En la Constitución de Cádiz de 19 de marzo de 1812, capítulo I, «De la Nación Española», en su artículo 2º, se dice: «La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona», y en artículo 3º: «La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a esta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales». Se disolvía así la identidad entre Rey y Reino, pasando ambos a tener identidad independiente y como consecuencia no podían ser representados con los mismos símbolos. Solamente los avatares de nuestra Historia, iban a retrasar la desaparición de la Cruz de Borgoña como Emblema nacional. La Guerra Realista de 1821-23, que devolvería a Fernando VII a la plenitud de su soberanía y que retrasaría la toma total del poder por los liberales hasta finales de 1833, si bien la Primera Guerra Carlista, 1833-40, retrasaría su asentamiento. Una vez terminada ésta con la derrota carlista, se consumaba el divorcio entre Rey y Reino y posibilitaba el cambio de Enseña.
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Misa de Campaña. Cuadro de Augusto Ferrer Dalmau. |
La maniobra la facilitó el hecho de que ya en España, en aquellos años, se usase una Bandera diferente, la de la Armada Real. La existencia de esta Bandera tenía un origen eminentemente práctico y no pretendía sustituir a la Cruz de Borgoña como símbolo del Reino. Surgió del hecho, de que al estar regidas varias naciones por Reyes de la Casa de Borbón: España, Francia, Nápoles, Toscana, Parma, Sicilia, todas usasen como color distintivo el blanco, además de que otras no borbónicas, como Inglaterra, también lo hiciesen, por lo que sus Banderas tan sólo se distinguían por el escudo, lo que en alta mar, motivaba frecuentes errores a la hora de identificar a los navíos, errores que a veces traían fatales consecuencias. Para evitar este problema Carlos III convocó en 1785 un concurso de diseños para elegir el nuevo Pabellón de la Armada. El Ministro de Marina don Antonio Valdés propuso al Rey los doce modelos finalistas para que escogiese uno. Carlos III, eligió el modelo compuesto por tres franjas de igual tamaño, encarnada, amarilla, encarnada, modificándolo posteriormente, aumentando el ancho de la franja amarilla (la central), hasta ocupar la mitad del paño.
Los modelos definitivos, para la Armada y Marina Mercante españolas, fueron publicados en un Real Decreto, dado en Aranjuez el 28 de mayo de 1785:
«Para evitar los inconvenientes, y perjuicios, que ha hecho ver la experiencia puede ocasionar la Bandera nacional, de que usa mi Armada naval, y demás Embarcaciones españolas, equivocándose a largas distancias o con vientos calmosos con las de otras Naciones; he resuelto, que en adelante usen mis Buques de guerra la Bandera dividida a lo largo de tres listas, de las que la alta, y la baja sean encarnadas, y el ancho de cada una la cuarta parte del total, y la de en medio amarilla, colocándose en esta el Escudo de mis Reales Armas reducido a los dos cuarteles de Castilla, León con la Corona Real encima; y el Gallardete con las mismas tres listas, y el Escudo a lo largo, sobre cuadrado amarillo en la parte superior...».
Por Real Decreto de 20 de mayo de 1786, se hizo extensivo el uso de la Bandera roja y gualda a las «plazas marítimas, sus castillos y otros cualesquiera de las costas». Por cierto, esta Bandera ya fue enarbolada por los revolucionarios en 1820 para diferenciarse de los realistas. Es por tanto ahora el momento oportuno de recoger el Real Decreto de 13 de octubre de 1843:
«Siendo la Bandera nacional el verdadero símbolo de la Monarquía española, ha llamado la atención del Gobierno la diferencia que existe entre aquella y las particulares de los Cuerpos del Ejército; tan notable diferencia trae su origen del que tuvo cada uno de sus mismos Cuerpos, porque formados bajo la dominación e influjo de los diversos Reinos, provincias o pueblos en los que estaba antiguamente dividida España, cada cual adoptó los colores o blasones de aquel que le daba nombre. La unidad de la Monarquía española y la organización del Ejército y demás dependencias del Estado, exigen imperiosamente desaparezcan todas las diferencias...».
Qué forma de mentir y tergiversar los hechos. Hagamos un pequeño análisis de este Decreto, tan poco Real. Desde luego empieza con una falsedad, diciendo que la Bandera de la Armada era la Bandera nacional. Hemos visto en el Real Decreto de Carlos III, que la Bandera roja y gualda sustituye en la Real Armada a la Bandera nacional, la Cruz de Borgoña, por cuestiones eminentemente prácticas y sin ánimo de sustituirla como Enseña del Reino.
Sigue con otra mentira, la absoluta diversidad de las Enseñas utilizadas por los distintos Cuerpos del Ejército, algo que sabemos ya había desaparecido, pues a lo largo de los años se habían ido homogeneizando, y si conservaban diseños diferentes y signos distintivos particulares, no lo eran más que como distintivo de identidad de cada uno de los Cuerpos, presentando todas ellas en la etapa previa a este Decreto, las Armas Reales, ya sea con los muebles de los distintos Reinos que configuraban la Monarquía española, con la Cruz de Borgoña o con la combinación de ambos.
Y finaliza con una tergiversación, achacando las diferencias entre esas Enseñas a la dominación e influjo de los diversos Reinos, algo que además de ser mentira, evidencia el espíritu centralista propio del liberalismo decimonónico. La realidad era, como ya indicábamos, que habiéndose producido la separación entre Rey y Reino, con la intención de despojar al Monarca de su “soberanía” para depositarla en la “nación”, teniendo cada uno identidad, necesitaban necesariamente identificarse con símbolos propios, que evidenciasen esa separación. Pasando la Cruz de Borgoña, a figurar solo en el Escudo Real.
En cualquier caso, será a partir de esta fecha, 13 de octubre de 1843, cuando la Bandera roja y gualda, se convertirá en Enseña nacional, mientras que la Cruz de Borgoña, no será emblema carlista hasta el 24 de abril de 1935. Por tanto poner en manos de los carlistas la Cruz de Borgoña antes de esa fecha, es un tremendo dislate histórico, puesto que en cualquier caso de ponerla en manos de alguien antes, sería en manos de los Ejércitos Cristinos durante la Primera Guerra Carlista, puesto que ellos se nutrieron de las unidades regulares de nuestro Ejército y en sus Enseñas figuraba.
Como dislate sería poner en manos de cualquiera de los contendientes durante esa Primera Guerra, la bandera roja y gualda, excepción hecha de alguna unidad de la Armada. Durante la Segunda Guerra Carlista, será el ejército liberal el que enarbolé la Bandera roja y gualda, mientras que el carlista, reducido a pequeñas Unidades en esta contienda, usará normalmente emblemas de carácter religioso. Y en la tercera, serán ambos contendientes los que usarán la Bandera roja y gualda, además, por parte carlista, de Estandartes religiosos.
Los españoles nos debemos sentir orgullosos de esta bandera y honrarla como un símbolo más de nuestra Patria, por el cual dieron su vida muchos españoles en el pasado en defensa de sus ideales y de lo que ella representaba.
PORTUGAL
Por último la bandera de la Cruz de Borgoña puede considerarse la bandera de todos los pueblos hispánicos, incluido Portugal, porque fue bandera oficial de aquel reino.
El 12 de septiembre de 1580 Felipe II fue proclamado Rey de Portugal con el nombre de Felipe I, y jurado como tal por las Cortes portuguesas reunidas en Tomar el 15 de abril de 1581. Con este nombramiento la Cruz de Borgoña se convirtió en bandera oficial de Portugal junto con el pabellón marítimo portugués.
Por lo tanto la única bandera que ha representado a todos los pueblos de la Península Hispánica (España o Las Españas) es la Cruz de Borgoña.
Notas:
[1] Elías de Tejada y Spínola, Francisco, El Franco-Condado Hispánico. Organización de Jusnaturalistas Hispánicos “Felipe II” / Ediciones Jurra (2ª ed.), Sevilla, 1975.
[2] Suárez Fernández, Luis, “Reconstrucción y reforma de la Monarquía” en Historia General de España y América, Tomo V (Los Trastámara y la Unidad Española, 1369-1517), Rialp S.A., Madrid, 1986 (p. 533).
[3] Díaz-Plaja, Fernando, Historia de España en sus documentos. Siglo XVI, Editorial Cátedra S.A., Madrid,1988 (p. 41)
[4]Soldevila, Ferrán.- Historia de España (8 volúmenes). Ariel. Barcelona, 1952 (Vol. III, p.106)
[5]Baldovín Ruiz, Eladio, Estandartes de Caballería en Apuntes para el 2º curso de Vexilología Militar Española, Servicio Historico Militar, Madrid,1997 (p. 4)
[6]Jover Zamora, José María, Carlos V y los españoles, Rialp S.A. Madrid, 1963 (p.51)